Armando Alvarez Bravo | |||||
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José M.
González-Llorente . Tierra
elegida. Miami: Ediciones Universal, 2003 DE TIERRA ELEGIDA A TIERRA NUEVA Armando Alvarez Bravo
José Miguel González-Llorente, habanero nacido en 1939, exiliado en Venezuela en 1961 y dedicado profesionalmente a la publicidad por muchos años en varios países, reside en Miami desde 1991. A partir de esa fecha, recorrió América Latina al frente de una organización regional consagrada a la promoción de la ética y la libertad de expresión de la publicidad. Siempre escribió, pero no es hasta el 2002 que publica en Ediciones Universal, de nuestro entrañable Juan Manuel Salvat _con quien las letras y la cultura cubana arrasada por el castrismo tienen una deuda insaldable por su extraordinaria labor de difusión y preservación de nuestra creación_, su primera novela La Odisea del Obalunko. El subtítulo de esa novela es Relato de una invasión pacífica a la Isla. Trata de la infiltración de seis hombres y una mujer. Su propósito es llevar con su predica y acciones un mensaje pacífico de esperanza y liberación en todo el espectro de sus vivencias a ese pueblo arrasado física y espiritualmente por el castrismo. La nueva novela de González-Llorente, que hoy presentamos, apareció al final del pasado año, también con el sello de Ediciones Universal. Su título: Tierra elegida. Novela sobre las llagas de los hombres y la tierra. Entre ella y su predecesora hay una central diferencia. Partiendo del hecho de que Cuba es la protagonista de ambas, en la primera ficción, la esperanza, la posibilidad de avanzar hacia la libertad y la pendiente posibilidad cubana, vienen del exterior. Lo hacen como una sagrada misión cuyo propósito es servir de catalizador hacia la libertad y la justicia en la conciencia de aquellos que toquen “los invasores” con sus ideas y sus actos. En la obra recién editada, la materialización de un cambio en la Isla y sus gentes es producto de un singular fenómeno interno que se verifica tanto en los personajes centrales como en la misma tierra. En ninguna de estas dos ficciones, huelga subrayarlo, se alcanza la libertad real, aunque sí muchos acceden a la libertad interna. Sin embargo, ambas novelas juegan con aspectos, tanto reales como metafóricos, del avance a ese cambio. Un cambio que es un enigma por deseado y justo e imprescindible que es. Tierra elegida es esencialmente una metáfora sobre la realidad y el destino de Cuba. Esa metáfora es de estirpe religiosa. Estamos ante una novela católica. Es algo excepcional en nuestra literatura y algo que a estas alturas no deja de ser singular. No es que no se escriba del catolicismo y se escriba en su espíritu. Es que cuando se hace ya es casi costumbre absoluta hacerlo en los tonos más negativos y antagónicos. Es de elogiar el que González-Llorente haga buena su fe en esta obra. Una narración en que la realidad novelada no está en función de la fe, sino que, en el espíritu paulino que nos reafirma que la caridad todo lo cree, la fe se fundamenta en la fuerza de las vivencias y, por supuesto, la gracia divina. Los personajes de Tierra elegida están vinculados por relaciones que se remontan a la infancia y por esos otros vínculos que son productos del paso del tiempo. En buena medida son criaturas arquetípicas de la realidad nacional. Así el capitán Florencio Risco, que establece la continuidad del flujo narrativo, y su “hermano de sangre” Adanel Palmares, ejemplifican a una generación formada por el castrismo en las incondicionales y condicionadas filas militares. El primero, un privilegiado en los estamentos de la nomenclatura, entrará, a raíz de una orden directa de Castro _investigar la aparición en un valle intramontano de una grieta que parece una llaga humana_ en ardua contradicción consigo mismo y con el régimen. Un conflicto que le hará superar su distanciamiento de Adanel Palmares, que “ha caído en desgracia” y con quien soñó en la infancia un paraíso que llamaron Bacú. Su amigo, y es bueno considerar los significados que González-Llorente da a los nombres de sus personajes, como el valle llagado, también tiene su cuerpo marcado y sangrante, lo que hace que se cumpla en é l una transformación en que toda la responsabilidad de la caridad hacia el semejante deviene fuerza incontenible. Íntimamente vinculado a ellos, Violeta Junco, una bailarina a la que el autor dota de la fisonomía de los taínos y que representa, como mujer, a Cuba en toda su intensidad, pasión, entrega y sufrimiento. Desde esa trinidad de protagonistas, la clave de Tierra elegida radica en unas palabras de Adanel a Florencio: “La tierra es como la piel de su pueblo y a veces se le abren llagas, como a mí. Esta Isla ha sido elegida para sufrir, Florencio, no ella, sino su pueblo. Ella sangra en nombre de su pueblo, que es el que sufre. Así como sufro y sangro yo. Dile todo esto a quien quiera oírte…” La carnalidad de los personajes, como el brutal y degradado Basilio Risco, poderoso e influyente personaje del círculo íntimo de Castro; del misterioso Gregorio de la Cruz, angélico de otra manera que Rafael Arcán, custodio de la llaga de la tierra; del Comandante Cajigal, prototipo del matón de barrio que encara la realidad de la fuerza de la fe ante los que se acercan a la llaga de la tierra y que, súbitamente, se siente desarmado ante esa presencia; y los “ vecinos” _la vecinería fundadora de nuestro “Espejo de paciencia”_ que reconocen la identidad y esencia de Adanel y se adentran y lo resguardan en la real y creciente “Tierra nueva”. Una legión de hombres, mujeres y niños anónimos e incontenibles que protegerán al transfigurado Adanel a través de unos paisajes que, más que imagen y localización, aluden al espíritu de solidaridad humana y la certidumbre en la justicia y la decencia y la libertad. Esos vecinos, el pueblo, que son protagonistas corales de una tragedia y una posibilidad de redención por el sufrimiento y el perdón. Tierra elegida aparece en unos momentos en que la toma de conciencia de los cubanos sobre su infierno y la toma de conciencia internacional sobre la atrocidad del castrismo ya son incontenibles. En este tiempo en que la esperanza crece a pesar de tanta adversidad, es una metáfora sobre la realidad cubana que se alimenta de la fe católica. Desde esa fe celebro la visión de González-Llorente. Creo, y ya esto es real oficio del novelista, que su obra sirve para plasmar, desde su personal wishful thinking en lo que concierne a nuestra Patria, esa necesidad y deseo mayor de superar con tanta caridad como justicia estos años de horror y desgarramiento. Es la necesidad y deseo mayor de todos los cubanos buenos y decentes de ambas orillas, que son los más. Así, la metáfora de Tierra elegida, que es la “Tierra Nueva” por donde los vecinos andan libres y hacen lo que quieren, deviene realidad participable para todos. No puede decirse más para elogiarla.
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