Carlos Espinosa Dominguez
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LLM 
Linden Lane Magazine Volumen 4 / Abril del 2004

Carlos Espinosa Dominguez . (dos Monologos )
(Teatro )

La ceremonia de dos excelentes actrices

Un Enano en su casa de vidrio


La Ceremonia de dos Excelentes Actrices

por Carlos Espinosa Dominguez


Casi una década después de su estreno en La Habana, el grupo Galiano 108 abrió la temporada 2003-2004 de la sala madrileña Ensayo 100 con el que posiblemente es su trabajo más celebrado: Santa Cecilia. Un monólogo cuyo texto firma Abilio Estévez, y con el cual ese colectivo, radicado ahora en España, se ha presentado ante públicos de varios países.

Desde que se puso por primera vez en 1994, el montaje de Galiano 108 ha acumulado elogios, premios e invitaciones a eventos internacionales. Sin embargo, en su momento dos o tres críticos de la isla, los más oficiales y dogmáticos, expresaron su descontento por el contenido ideológico de la obra. En particular, les irritaba su nostalgia por La Habana prerrevolucionaria, así como el presentar, según ellos, una imagen desoladora y catastrófica de La Habana de hoy. Donde se hablaba se un papá tiránico no veían una referencia al típico padre autoritario cubano, sino una manera de aludir en clave al Innombrable. Si buena parte del espacio escénico permanecía a oscuras, era para remitir al espectador a los apagones que se empezaron a padecer en el país con el inicio del llamado Período Especial. En fin, todo un catálogo de idioteces generadas por la lectura que hacían de una obra que estaba hablando sobre cuestiones mucho más profundas y trascendentes.

Lo primero a tomarse en cuenta es que no se trata de una obra realista, sino escrita desde las coordenadas poéticas, algo imprescindible para acceder a Santa Cecilia. Estamos ante una ensoñación, una leyenda, una sonata de espectros, una especie de rito pagano. Su protagonista además no es un personaje vivo, sino el fantasma de una mujer que murió ahogada en un ciclón, y que despierta de su tumba marina para invocar sus recuerdos. Está condenada a vagar eternamente y a contar su historia, que en buena medida constituye también la de La Habana. ¿Cuál es la visión de ésta que se nos entrega en Santa Cecilia? Ante todo la de una ciudad única que había que vivirla. Una Habana intemporal y metafórica, que corresponde a la idea sostenida en el texto de que “una ciudad no es la suma de sus monumentos y repartos. Es un juego de vasos comunicantes, un laberinto donde cada puerta conduce a la otra”. Por eso se la evoca y recrea a través de sus habitantes y sus sitios más entrañables, pero también de sus olores, su luz, sus visitantes más ilustres, sus personajes literarios y ¡ese calor! Hay, por otro lado, una afirmación del aspecto vital de esa ciudad y sus gentes, algo que se resume en una frase que es toda una expresión de nuestra filosofía popular: “Todo lo real es gozable y todo lo gozable es real”.

Esa evocación tan entrañable está hecha, sin embargo, desde una nostalgia que no deja de ser crítica. Santa Cecilia no es tanto un canto elegíaco por una Habana desaparecida, como la reivindicación de unos valores que se han ido perdiendo, al ser sustituidos por otros más perecederos. Es esa Habana a la cual la fantasmagórica figura femenina se niega a renunciar, y su manera de decírnoslo es esa historia que cuenta una y otra vez. Su gran amor por la ciudad queda brillantemente expresado en uno de los bocadillos finales: “La Habana será un infierno, pero es el mío. ¡De aquí no hay quien me mueva!”. Porque eso es Santa Cecilia, “una declaración de amor más o menos desesperada y más o menos desesperanzada, pero declaración de amor”. Lo apuntó el narrador Senel Paz en las notas que escribió para el programa del estreno de 1994, donde además señala: “Un texto así conjura los peligros. Ninguna ciudad que es amada de este modo corre peligros definitivos”.

Ceremonia para una actriz desesperada, subtituló su obra Abilio Estévez, que la escribió por encargo de Galiano 108. El texto fue creado así a la medida exacta de Vivian Acosta, quien realiza uno de esos trabajos actorales que el espectador conserva en su memoria durante mucho tiempo. Acosta no requiere de cambios de vestuario ni maquillaje para convencernos de que es cada uno de los personajes (o fantasmas o lo que sean) a los que da vida. Con qué admirable dominio sale de uno para convertirse en el otro. Con cuánta facilidad pasa de la risa al dramatismo, del baile al lirismo reposado, de la gestualidad cotidiana al expresionismo más alucinado. Todo eso además lo realiza en un escenario desnudo, en donde apenas hay una silla, gracias a su talento y, sobre todo, a su apabullante técnica.

Esta última la ha adquirido Vivian Acosta a través del intenso entrenamiento sicofísico y de la investigación que ha hecho Galiano 108 en nuestra cultura y, en particular, en su zona de origen africano. En Santa Cecilia se pueden reconocer elementos pertenecientes a Grotowski, la danza y el Stanislavski menos apegado a la estética naturalista. Pero son también evidentes otros de origen parateatral, como el trance y las ceremonias rituales, en los cuales el grupo se ha nutrido para crear su propio estilo de actuación. Es de allí de donde proceden la energía y los recursos que Vivian Acosta reelabora para que cristalicen en un trabajo interpretativo de una riqueza, un espectro de registros y matices y una expresividad sencillamente impresionantes. Su estupenda labor en la obra hace que una inflexión de la voz, una mirada, un gesto con el abanico o un pie a medio levantar se carguen de expresividad y de significado. Pero que nadie piense que se trata de un frío despliegue de técnica: virtuosismo técnico aparte, su interpretación está cargada de fuerza, emoción, desgarro, intensidad, dolor.

Como en todo monólogo, es la actriz quien en gran medida lleva el peso mayor de la representación. Mas sería injusto no reconocer lo mucho que Santa Cecilia debe a Carlos Repilado (diseño de luces), Juan Piñera (música) y José González (puesta en escena). Quienes vean la obra podrán comprobar cuánto aporta cada uno para conseguir ese balance integral de montaje redondo y sin fisuras que logra como saldo final Santa Cecilia.

 

 

Un enano en su carcel de vidrio

por Carlos Espinosa Dominguez

El azar concurrente del que hablaba Lezama Lima hizo que por los mismos días cuando se representaba en Madrid Santa Cecilia, el Teatro Abanico, de Miami, festejara su primer año con una presentación de otro texto de Abilio Estévez. Para celebrar el aniversario, la directora de ese proyecto, la actriz Lily Rentería, invitó a Grettel Trujillo para que escenificara El enano en la botella, un monólogo estrenado por ella en el 2001 y del cual ha realizado lo que se puede calificar, sin temor a parecer exagerado, como una auténtica creación. Algo que tiene un mérito doble, pues se trata de un texto difícil de representar donde los haya.

En primer lugar, porque como la mayoría de las piezas dramáticas de Estévez, no posee acción ni conflicto al modo tradicional. Para entendernos, es uno de esos textos en el que, de acuerdo al gusto de los espectadores poco curtidos, no ocurre nada. En él, un enano que ha vivido casi toda su existencia encerrado en una botella, se dedica durante una hora a contar su historia. El término contar nos remite de inmediato a la narrativa, con lo cual menciono la primera dificultad de la obra: el protagonismo que tiene la literatura, la palabra escrita por encima de lo teatral. Pero atención: nótese que hablo de dificultad, no de defecto. ¿Y qué cuenta el enano? Pues, entre otras cosas, de lo nada cómodo que es vivir en una botella, aunque a todo se acostumbra uno, así como también sobre las cualidades que esa incomodidad desarrolla y que los seres humanos cómodos nunca sospecharán.

¿Que se trata de ideas y reflexiones filosóficas? Pues claro: exactamente sobre ellas está construido el discurso del personaje. Aquí, a diferencia de otras obras suyas como La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, Perla marina, Un sueño feliz y Santa Cecilia, donde trata temáticas referidas a la realidad cubana, Abilio Estévez aborda un conflicto cuyo alcance social y humanista posee una dimensión más universal: hasta dónde puede la conciencia del ser humano justificar una forma de vida que lo desnaturaliza, como lo sintetizó con tanto acierto Wilfredo Cancio Isla. Todo tiene su cara buena y su cara mala, es la frase con la cual el enano resume su filosofía de la adaptación. Así, si su encierro le impide conocer la realidad exterior, le permite, en cambio, saber cómo es la vida dentro de una botella. ¿Significa eso que es un conformista? ¿Es feliz en su cárcel de vidrio? Lo primero que hay que decir más es que no escogió ser enano, como el protagonista de El tambor de hojalata, sino que a él le impusieron “esa nimiedad asquerosa con la que nunca ha sabido qué hacer”. Sólo que con el tiempo, la botella terminó por convertirse en su destino, de tal modo que ya no imagina la existencia fuera de ella. Sabe además que aquello no puede llamarse vida, porque cuando “las circunstancias te impiden que vivas, entonces estás muerto queriendo vivir”. Al final, le queda sólo el consuelo de saber que no es el único enano encerrado en una botella. Lo único que cambian son las botellas. Pero en el fondo da lo mismo.

Del resumen anterior se puede deducir el enorme reto que entrañaba llevar a las tablas la obra de Abilio Estévez. Un texto hermosamente escrito, cargado de una densidad de ideas y abundantes referencias cultas, que está a años luz del naturalismo lingüístico y los diálogos pedestres que dominan en nuestra dramaturgia. Pero precisamente por esa discursividad literaria, muy difícil de transformar en hecho escénico. Ése es uno de los grandes méritos por los que hay que aplaudir a Raúl Martín (director) y Grettel Trujillo (actriz), artífices de este prodigio artístico, de esta pequeña joya que es El enano en la botella. Ambos han sabido no sólo aprovechar, sino además potenciar los valores del texto original, al que se acercaron con una actitud creadora. Si algo no se hace en la puesta en escena es ilustrarlo servilmente. Los dos teatristas lo tomaron como materia prima para una plasmación que lo reelabora y enriquece notablemente, sin que ello signifique infidelidad ni adulteración.

En especial, resulta admirable el equilibrio conseguido entre los diferentes matices que se combinan en el espectáculo, unos presentes en la obra y otros debidos al director y la actriz. La universalidad del asunto tratado por Estévez, quien eliminó aquí las referencias directas a nuestra realidad, no se afecta ni se reduce con la cubanización incorporada al montaje. Ésta está hecha a través de códigos verbales y gestuales que acercan al personaje a nuestro auditorio y le aportan un sabor popular que aligera un tanto la carga filosófica y el fuerte dramatismo de lo que se plantea en la pieza. Esto denota una inteligente lectura y comprensión del texto por parte del director, quien logra que esta historia intemporal sea a la vez para los espectadores cubanos tan de ahora mismo. Igual ocurre con elementos como el humor, la música y el maquillaje, que se integran orgánicamente y enriquecen la puesta en escena.

El enano en la botella ha servido además para descubrir en Miami a una actriz de unos recursos técnicos, una versatilidad y un talento excepcionales. El juego de desdoblamientos, las sutiles mutaciones y el constante cambio de un registro a otro exigidos por la obra son realizados por ella con una comodidad y un dominio que denotan una sólida formación. Algo que se ve confirmado por su uso de la voz, su desplazamiento por el escenario, su impresionante energía y su inteligente empleo de la expresividad no verbal. Ante trabajos como el suyo, uno se queda como se quedó Julio Cortázar cuando terminó de escribir Rayuela: despalabrado, incapaz de describir con palabras el milagro artístico del que fue testigo privilegiado.

Refiriéndose al personaje de la obra de Abilio Estévez, el crítico y escritor cubano Norge Espinosa escribió que es “uno de los personajes más desoladoramente enternecedores de nuestra más reciente vida teatral”. No se me ocurre más que añadir que gracias a Grettel Trujillo, ese enano que toca desesperada e infructuosamente el cristal de su botella tendrá para la posteridad su rostro y su cuerpo.

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 !   Referencias

Breve referencia biográfica:

Carlos Espinoza Domínguez, crítico de teatro y ensayista, dirije la colección " Los libros de las cuatro estaciones", de Término Ediciones.

 

 

 

 


Ernesto Padilla

Exposicion "Pan Cubano y Mas"


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